jueves, abril 28
La importancia de llamarse Napoleón
Tuve un compañero en la universidad que se llamaba Napoleón.
Le decíamos Napo.
Uno creería que alguien bautizado con un nombre de tamaña pomposidad iría por la vida mirando desde lo alto de su ego. Se comería el mundo, imaginarán ustedes. Maquinaría cada noche cómo conquistar el mundo o a la próxima señorita que se le antojara atractiva o un desafío.
Pues no.
Napo era más bueno que Flipper. Patológicamente tímido, de voz suave y algo aguda. Miraba a la gente como deseando ser invisible.
Manejaba un mini-auto.
Trabajaba en el kiosco de su mamá, un lugar que parecía el tenderete de chuches de la Barbie (Ken y sus músculos anabólicos no hubieran cabido).
Hacia en año 1999 perdimos contacto.
Tiempo después leí asombrada en el diario de mi ciudad que un tipo armado había entrado a robar en el kiosco y que Napoleón lo había reducido en la calle luego de una breve persecución.
Le decíamos Napo.
Uno creería que alguien bautizado con un nombre de tamaña pomposidad iría por la vida mirando desde lo alto de su ego. Se comería el mundo, imaginarán ustedes. Maquinaría cada noche cómo conquistar el mundo o a la próxima señorita que se le antojara atractiva o un desafío.
Pues no.
Napo era más bueno que Flipper. Patológicamente tímido, de voz suave y algo aguda. Miraba a la gente como deseando ser invisible.
Manejaba un mini-auto.
Trabajaba en el kiosco de su mamá, un lugar que parecía el tenderete de chuches de la Barbie (Ken y sus músculos anabólicos no hubieran cabido).
Hacia en año 1999 perdimos contacto.
Tiempo después leí asombrada en el diario de mi ciudad que un tipo armado había entrado a robar en el kiosco y que Napoleón lo había reducido en la calle luego de una breve persecución.